…y el mejor pincho de tortilla. El mejor médico y la mejor tintorería. El pueblo más bonito y la mejor canción del verano. El mejor…, la mejor… Parece sino de los tiempos este afán por medir y jerarquizar, por establecer ítems supuestamente objetivos que puedan limitar y abarcar toda la realidad. Puede evaluarse la calidad de las patatas, de los huevos y el aceite; pero no garantizaremos ningún resultado. Puede formarse un plantel de expertos que califique la textura, el olor y el sabor de la tortilla; pero quizás los usuarios prefiramos la que ofrecen en el bar de al lado. ¿Y quién es el mejor médico? ¿El que tiene más publicaciones de prestigio? ¿El que lleva a cabo más operaciones de éxito? ¿O el que es capaz de arañar momentos a la planificación prevista para escuchar, de verdad, al paciente que lo necesita? ¿Cómo se mide la belleza de un pueblo? ¿Y nos aporta algo a los que preparamos un tranquilo paseo la mañana del domingo que sea el mejor o el segundo o tercero? 

Acaban de publicar que somos el mejor colegio de Valladolid. Puede no sorprendernos: ya hemos tenido premios a la excelencia educativa autonómicos y nacionales y otros reconocimientos. Pero ¿cómo se mide eso de “el mejor colegio”? Sí, nuestra oferta de actividades extraescolares es completa; nuestros resultados en las pruebas de referencia externa, como el acceso a la universidad o PISA, son excelentes; el nivel de idiomas de nuestros alumnos, cimentado en un bilingüismo exigente y un extenso plan de movilidad  a otros países, sorprende; hemos sido capaces de implantar un sistema de digitalización serio y eficaz,  y de adaptarnos a las nuevas necesidades de los nuevos alumnos con nuevas metodologías y sistemas de trabajo. Pero cuando un antiguo alumno quiere encomendarnos la educación de su hijo, no lo hace por las instalaciones, el horario de comedor y la formación digital que impartimos: queremos creer que lo hace pensando en los momentos que vivió en el colegio, en cómo se sintió acompañado y querido. Cuando los estudiantes universitarios o los jóvenes que comienzan su andadura profesional se acercan al colegio no lo hacen buscando recordar la mejor manera de aprender a dividir o el Plan de Introducción al Bachillerato, sino que quieren compartir sus anhelos, sinsabores y éxitos con quienes les ayudaron a ser personas, buenas personas. 

Quienes trabajamos en este colegio lo tenemos claro: nuestra vocación es la de ayudar a cada personita que se nos encomienda a ser lo mejor que puede ser. Lo demás, todo el esfuerzo de reflexión, de actualización o de planificación, son solo medios; los excelentes resultados académicos o los reconocimientos externos, solo consecuencias necesarias, pero no prioritarias.  Porque ¿cómo se mide la sonrisa de un niño?