Alumnos del colegio, familiares, profesores y personal nos reunimos para celebrar este día tan especial para todos los que nos sentimos parte de la Familia Vedruna. Teníamos un motivo especial para juntarnos en el patio, en torno al altar: Celebrar la fiesta de Santa Joaquina. 

Estábamos especialmente alegres por volver a reunirnos como una gran familia. Y, como toda familia, disfrutamos de estar juntos, desde los más pequeños a los más mayores; de poder mirarnos a los ojos, abrazarnos y sentir el cariño del otro.

Hace unos meses, con el objetivo de educar nuestra mirada en la fraternidad, nos pusimos en camino. En nuestras celebraciones de inicio de curso vimos cómo un hilo rojo nos invitaba a ponernos en marcha. Pero no caminábamos hacia cualquier sitio, sino que veíamos que nuestro camino, aunque no siempre lo entendiéramos, tenía sentido. Nos dimos cuenta de que ese hilo rojo nos unía a todos; partía de un corazón que latía con fuerza y nos permitía encontrarnos con mucha gente por el camino. Sólo teníamos que estar atentos y abrir bien los ojos.

Y así, con la mirada puesta en los otros, llegamos al tiempo de Adviento; a ese tiempo de esperanza que nos hizo ver que lo que da sentido a nuestros pasos es darnos a los demás. Así que vivimos este tiempo como una oportunidad para salir al mundo y ser solidarios. Colaboramos en proyectos conjuntos y también lo hicimos en proyectos por cursos. Salimos al mundo y comprobamos que tenemos muchas cosas que hacer en nuestra ciudad y muchas personas que están esperándonos con los brazos abiertos para compartir y aprender de ellas. 

Aunque nuestros proyectos eran diferentes, vimos que nos unía una misma preocupación: Queríamos ser un cole que cuida. Así, en torno al día de la paz, pusimos nuestra mirada en ese árbol que nos une, en el que compartimos raíces con los demás y con el planeta. 

Conscientes de nuestras raíces conjuntas, celebramos en febrero el día de la Fundación. Nos mezclamos por cursos y vivimos una mañana de fraternidad que culminó con una celebración que nos recordó, una vez más, que formamos parte de una familia que camina unida.

Con la certeza de sentirnos parte de un proyecto fuerte y consolidado, abrimos nuestras puertas. El papa Francisco, con su Pacto Educativo Global, pidió que saliéramos al mundo. Así lo hicimos: Los más pequeños visitaron a las hermanas; en Infantil y Primaria salieron a las residencias de ancianos; y en Secundaria nos encontramos con personas con diferentes realidades enfocadas a la diversidad funcional.

Salir al mundo fue una experiencia inolvidable y un encuentro con la realidad que nos rodea y a la que no podemos dar la espalda. Vimos que tenemos mucho que cambiar en nosotros para poder seguir haciendo del mundo un lugar mejor. Y con ese pensamiento, llegó el tiempo de Cuaresma, en el que planteamos retos para cambiar, para llegar preparados al tiempo de Pascua.

Y llegó la Pascua, y con ella, ¡celebramos la alegría de la Resurrección! 

Y con esta alegría que todavía dura y que nos caracteriza, llegamos a la última pieza del puzle, a la fiesta de Santa Joaquina. Aquí está el sentido y la esencia de nuestro proyecto: Nuestros orígenes. El hilo rojo termina y vuelve a unirse en ese motivo de caminar. Nos sentimos unidos y hermanados de nuevo. Porque ser Vedruna es, ante todo, familia. Pero también es sentirse abrazados de alguna manera en la casa de Joaquina y ser abrazo para los que lo necesitan. 

En su día, las primeras Hermanas se pusieron manos a la obra y, con los ojos bien abiertos, y con los oídos atentos, abrazaron las necesidades de su tiempo, de las niñas que no tenían acceso a la educación, de los enfermos a los que nadie atendía, en definitiva, de los últimos de su tiempo. Todo ello, siempre, avivadas por un amor que nunca dice basta.